jueves, agosto 24, 2006

María Victoria

A 10 AÑOS DE SU LLEGADA ES SANO PARA MI COMPARTIR ESTA PEQUEÑA HISTORIA QUE FUE EL HITO QUE MARCÓ EL ANTES Y EL DESPUÉS DE LAS COSAS, LOS SENTIDOS Y LAS PALABRAS...


Las madres tienen una naturaleza que trasciende la femineidad: desde el momento de la fecundación, se crea una suerte de independencia sustancial, mas no racional, de ese status continente de nueva vida y el nuevo ser propiamente tal. En esa mirada digna se argumenta el hecho de poder sobrevivir a la soledad optada o al abandono irresponsable de los que no pueden superar lo básico de ser irremediablemente machos, "perdiéndose" participar de esa dimensión especialmente mágica de la espera por nacer.

Hablo con propiedad: he sido madre. Y me aferro al pretérito perfecto porque no hay circunstancia que pueda arrancarte esa especie de raza maternal, a pesar de no haber hijo tangible.

María Victoria nació un 10 de septiembre de 1996, transparente y tranquila, el cordón le había dado cuatro vueltas al cuello impidiéndole tomar posición, por tanto su primera forma de ver el mundo fue podálica... Nació por cesárea, cuyo dolor es posterior y permanente: comienza de a poquito sin saber si es peor que el hecho de no poder levantar la cabeza durante varias horas, aunque estas reflexiones vienen después, en ese instante nada de eso importa. En la Sala contigua a la que estás se oye un coro de niños estrenando pulmones y no evitas intentar reconocer el llanto de tu bebé, de este modo el dolor es nada y una felicidad de cielo te acaricia las heridas, a pesar de todo.

Las primeras horas de aquél día maravilloso fueron de felicidad pura, una sensación de tibieza anímica como si un ángel te untara con miel la vida: lo que ayer fue terrible y determinante en ese instante se vuelve trivial, liviano y olvidable: tu hijo es lo único que importa y asumes una nueva categoría vital.A las 7 de la tarde comenzó a oscurecer... a casi todas las mamás de mi sala ya les habían entregado sus bebitos, menos a mí. Entonces, una matrona pregunta por mi nombre. Se lo dije ansiosa, pensé que me traían a mi hija. Y así fue: envuelta en una mantita roja con monitos adorables la acerca a la cama y me explica que la niña se ha puesto azul, que seguramente no es nada demasiado malo, pero que es necesario llevarla a Neonatología para que la observen... y le susurra “Despídase de la mamita” . La besé.

Era necesario llevarla a Santiago, sólo allá podían operarla, para ello había que estabilizarla con unas drogas que no había en este hospital de pobres, como yo, y en ninguno hasta donde alcanzaba mi mirada...

Recordé a ciertos filósofos dibujando la angustia de los hombres como un tratar de aferrarse a la nada, como un vacío ontológico que devela, sin embargo, al ser... ¿qué ser? Eso sentí. También recordé a Huidobro cuando fui una flor de contradicciones y a Alfonsina en su mar de desesperación. Todos mis amigos de papel acudieron a entregarme sus razones y ninguna de ellas me dio lo que necesité: paz. Fueron días de madurar, de estrenarme como madre en la puerta de Cuidados Intensivos, de rogar que me dejaran entrar y después de lograrlo, volver a implorar que se extendieran los cinco minutos “la vida es eterna en cinco minutos”. Preguntas, trámites, explicaciones, llamados telefónicos, la solidaridad ilimitada de mi madre, el regreso oportuno de mi padre, el llanto que quisiera haber reprimido y la duda que no me abandonó.

Mi angelito volvió a su casa, a los diez días de haberme mirado a los ojos y confesarme que esta vida era sólo una estación. En los segundos que me regalaba a diario, solía argumentar con su dedo meñique en mi manota llorosa, la fortaleza de su humanidad ínfima y su espíritu de marinera. No era mía.

El día de su partida, recorrí el planeta con 12 puntadas en el vientre y aliento de atleta, buscando la droga que sería el puente de vida, antes de una cirugía en la capital que nunca llegó a ser... Fue una posta de amor de gente que nunca conoció a mi niña ni a sus ojos de actriz de cine: la tía de Santiago que pagó los itantos miles de pesos que costaba esa caja chica con ampollas de ilusión, confiando en el depósito que le haría mañana, la amiga y madrina trunca que me llevó en su cafeterita hasta el aeropuerto a 200 km/hr., haciéndose invisible para los carabineros que no nos vieron volar... y mi infaltable compañera, que ya trascendió de ser mi madre para ser la que me animó literalmente a seguir conjugando el verbo vivir: estafeta de esperanza, bruja buena que se viste de negro, bella inmortal... creo que la Gicky se parecía a su abuela. Cuando llegamos al hospital, la matrona nos contó que hace sólo cinco minutos que María Victoria había emprendido el vuelo a los brazos de su Padre.

Dormí como dos semanas sin cerrar los ojos, vi pasear a mi lado a millones de viudas de hijos, que lloraban más que yo y a las que tuve que consolar. Fue extraño que las condolencias las otorgara yo a los que visitaban mi féretro móvil, que yo pensé ocultar muy bien con mi máscara de comedia irónica, de vergüenza esencial, de duelo soportable. Así pasé dos semanas como insomne en el ocio que te otorga el dolor cuando rehusas llorarlo, intentando no mirar ni caras ni caretas.

De pronto, recordaba relámpagos momentos como álbum de fotografías reconstituyendo la escena ... abrí la caja de regalos que llegaron el día de su nacimiento, las tarjetitas de felicitaciones, lo vestiditos rosados, el tete que no quería darle, los pañales limpios y un irónico Diario de Vida.

En ese librito tierno escribí lo grande que fue María Victoria, con su nombre de virgen y de reina, con su transparencia de angelito y su mirada de anciano, la hijita eterna que no llenaré de flores en su cumpleaños pero sí en su nombre daré sentido a la palabra solidaridad... es que, a pesar de haber vivido sólo diez días, me hizo sentir orgullosa como madre ¿Les cuento por qué?

Las ampollas de droga pediátrica que ella donó al Hospital de Antofagasta sirvieron para salvarle la vida a otros niños con corazón de pajarito, para que no estrenen sus alitas si se pueden áun guardar... Me lo contó un padre feliz que llegó hasta mi casa a dar gracias. “No me las des a mí... busca una estrella, la más hermosa, y salúdala a nombre de tu hijo y de los hijos de los otros que sabrán que se llamó María Victoria”Este señor nos contó que él debía recuperar la droga al hospital, en cuanto pudiera hacerlo y que de este modo ya nunca habrá cinco minutos de cielo para otro niño azul.
Sus hermanos menores… (gemelos por mágica compensación), Matías, el niñito que nació el día en que ella murió, y todos los que sobrevivieron después, algún día no muy lejano podrán leer la historia de María Victoria que nació para iniciar esta cadena de solidaridad, intentando mitigar la dolorosa realidad de vivir a tantos kilómetros del "centro de la injusticia"...


6 comentarios:

Claudia Castora dijo...

Acá no hay ningún comment porque después de leerte se pierde la voz, porque todo lo que pueda decirse resulta inútil e insulso.
También la perdí yo, solo que, a pesar de que esa parte de madre quedó absolutamente muda mi otra parte de lectora voraz y poetadicta no puede dejar de maravillarse con tu retórica impecable, con el verso aflorando en cada línea, en cada contacto con el cielo, con el universo entero.
Nada puedo decirte porque ya todo lo sabes, todo lo has vivido, todo lo has procesado, con los años, con el tiempo, con esa sabiduría infinita que da la experiencia.
Solo me queda agregar amiga mía que me siento orgullosa de haberme topado con tus letras maravillosas.

Victoria Lantter dijo...

He llegado tarde, no sé cuántas horas, cuántos días, cuántos años.
Pero como me pinchan el corazón tus palabras, tus silencios, tus espacios.

Gracias al cielo por la estrella más brillante de su azul.

Beka dijo...

Tu Historia me partio el alma, imagine cada parte de tu historia colocando a la Antonia como protagonista y en verdad te admiro por lo fuerte q eres... Pero como lo he dicho antes Dios sabe por q hace las cosas el es sabio, y sabe lo q hace...a demas te mando otros angelitos q necesitaban el amor inmenso de madre

un abrazo grande
Beka

Sergio Saavedra Rivera dijo...

Escribirte algo después de leer esto tan tuyo... me provoca una timidez inicial en mis palabras... decir que me sentí profundamente emocionado, por tí, por tu vida, por tus días, por tus horas, tus luchas y tus profundos dolores... Decir que me emociona cómo describes y cómo usas esas palabras que deben producir profundos respiros y alivios a la vez... No es fácil lanzar al ciberespacio estas experiencias... Qué más decir que no suene falso o rebuscado... sólo decir que te mando un abrazo desde muy lejos en la distancia, pero muy cerca de mis sentimientos...

AMI... dijo...

Amiga mía, tan mujer, tan madre… que podría decirte amiga?
Solo cierro los, que ahora tengo llorosos, y te abrazo fuerte,
Linda Carlota generosa, inteligente y sabia… te quiero tanto…

Nada dijo...

Para mí también habrá en el cielo una estrella llamada María Victoria. Ese ser que nos visito como niña por 10 días y que estará por siempre como ángel, nos deja una gran lección de generosidad a través de su madre
Un abrazo